Chile ha sido un país pionero a nivel mundial en la erradicación de la desnutrición infantil. En ese proceso, liderado por el Dr. Fernando Monckeberg hace casi cincuenta años, la leche tuvo un papel protagónico. Gracias a este alimento esencial, accesible a través de programas estatales de distribución gratuita, el país pudo proporcionar a sus niños y niñas los nutrientes básicos para un adecuado desarrollo físico y cognitivo.
La experiencia chilena en combatir la desnutrición infantil –que se sobrepuso incluso a períodos complejos, tales como severas crisis económicas– cobra más relevancia que nunca en tiempos de pandemia. La inestabilidad financiera derivada de la emergencia sanitaria, los problemas en la cadena de suministro global y los impactos en la empleabilidad, entre otros factores, hacen que la humanidad enfrente un desafío mayúsculo.
Recientes reportes como el de la CEPAL y Unicef advierten que la caída en el poder adquisitivo de las familias hace más dificultoso acceder a alimentos básicos y de calidad, como es la leche, fundamental en los primeros años de vida y el crecimiento. En Chile, organismos como Junaeb y el INTA de la Universidad de Chile también encendieron alertas al respecto.
Especialistas añaden que, en ese contexto, vivimos al mismo tiempo una crisis de malnutrición, explicada por el reemplazo de una dieta equilibrada por una basada en comidas de baja calidad. Desde la industria lechera creemos que alimentos esenciales como el que producimos volverán a ser fundamentales para combatir los actuales desafíos en materia de seguridad alimentaria.
El sector lechero de nuestro país trabaja con ese desafío como horizonte. Por una parte, manteniendo altos estándares en la calidad de sus productos, reconocidos internacionalmente. Y, por otra, hacer los máximos esfuerzos en operar de manera sustentable en toda la cadena de producción, desde una mirada de triple impacto: ambiental, social y económica.
El sector lechero de nuestro país, tiene el desafío de mantener los altos estándares en la calidad de sus productos, reconocidos internacionalmente y, por otra parte, realizar el máximo esfuerzo en ser sustentables en toda la cadena de producción, desde una mirada de triple impacto: ambiental, social y económica.
El consumo de leche en Chile aumentó cerca de un 10% entre 2005 y 2016, principalmente impulsado por la disponibilidad de productos derivados como queso o postres, acercándose a los 150 litros per cápita. Esto aún está por debajo de los 180 litros recomendados por la FAO y muy lejos de algunos países europeos que alcanzan los 300 litros per cápita.
La leche es posiblemente el alimento más completo que existe y ha contribuido a lo largo de la historia a que los seres humanos evolucionemos a lo que somos hoy día. Sin embargo, a diario podemos ver mensajes que van en sentido contrario, que confunden a la población y carecen de la más mínima veracidad. El Consorcio Lechero –una entidad que reúne a todos los eslabones de la cadena productiva láctea– busca aportar información y evidencia para contrarrestar estas visiones poco rigurosas.
En este contexto, el trabajo colaborativo que hemos impulsado con académicos y diversas instituciones científicas, nos ha permitido materializar un documento como el libro Lácteos, Nutrición y Salud, que da cuenta de los beneficios del consumo de leche y sus subproductos, y repasa evidencia científica mundial sobre los impactos de este alimento esencial en distintas edades y su influencia en políticas públicas.
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) estableció el 1 de junio como el Día Mundial de la Leche, una conmemoración que en tiempos de pandemia, crisis económica y riesgos de hambrunas, nos recuerda, más que nunca, que nuestro deber como sociedad es contribuir a que todos los habitantes del planeta, en especial niñas y niños y los grupos más vulnerables, puedan acceder a este alimento de alto valor nutricional.
Fuente: El Mostrador